Este fuego sin fin de la palabra se me impone otra vez, y me obliga a pensar el comienzo de todo, cuando se despertó el animal ansioso, mi progenie, y empezó a descubrirse en el gesto sin norte de su búsqueda.
¿Fue la casualidad?, ¿fue la curiosidad -un fuego vivo- la que lo hizo salir, del sótano habitado de ignorancias (aunque también de paz) hacia el día alumbrado?
Desde entonces unió el ojo de la ciencia al de la fantasía, manejó con su mano temblorosa el ruedo de las dudas, ahondó las superficies de las cosas, del mundo, de sí mismo; pero siempre infructífero, abatido el velo de sus párpados de plomo.
Y siente desde entonces permanentemente la entrega en el dolor, conoce la pasión hasta hundirse en las miasmas de su gozo. Solo es sombra que pasa, y siendo sombra quiere resplandecer en el uso diario de la vida.
Se han abierto sus nervios y sus carnes ante los laberínticos misterios. Ha mirado con la mirada turbia del que no es inocente. Ha crecido en el sueño y el deseo, enredando el misterio en el prado sin tregua de la vida. Y nada, hacia lo Negro acongojante, hacia la costa inútil. Temiendo que lo atrape un estertor de alondra fenecida.
Cruza el viento del norte, frío y triste, como el fruto del árbol de la ciencia, esperando saber; y cuanto más conoce, es más un dios culpable de saberse. La conciencia es la daga que en su mano se vuelve contra él, el enemigo en una extraña guerra de iguales enfrentados, sombras en los espejos y pechos retorcidos, ¡tan lejos la pureza de los astros!, ¡tan lejos los silencios expectantes de los demás vivientes! Porque el ángel antiguo huyó y vino el tiempo de encontrarse perdido el animal despierto en medio de un oscuro caminar por la vida.
DAVID PUJANTE Animales despiertos Renacimiento, 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario
dígame