Piel de chopo
2015- 2016
Lapiz de color / papel
70 x 49,5 cm .
ÁRBOL DE FAMILIA
Esos pasos que avanzan silenciosos
sobre suelos que hablan.
La madera del tiempo
escribiendo las voces que callamos.
El tronco trabajado de los días
que transcurren tenaces como hormigas
construyendo su calma sin descanso,
y de pronto naufragios como hierros
clavados en la savia.
La sangre que nos hizo.
Los daños que nos hacen.
La casa de madera en la que aún
amamos.
FERNANDO BELTRÁN
Hay una hilera de chopos canadienses frente a mi trabajo, que contemplo tantos días a diferentes horas: a la primera luz de la mañana que ilumina lo alto de sus copas en diagonal, dejando el resto en sombra. Ahora empieza la luz, me digo.
Cuando empiezan a caer sus hojas, como ahora, verdes aún con deliciosas manchas. Seguirán cayendo muchos días, con otros colores, anaranjados, amarillos o parduscos, hasta casi el negro. Cuando queden despoblados, serán solo ramas meciéndose al viento, bajo la lluvia y tras la niebla que se les enreda en el ramaje.
Más adelante comenzarán a salirles nuevas ramillas muy curvas, como comas hacia arriba, hacia la luz. Y surgirán las nuevas hojas creciendo día a día, temblando en las corrientes, y los brotes que puntearán las ramas.
También crecerán estos brotes, convertidos en largas flores que caerán y mancharán de polen mis manos, mis papeles.
Luego vendrá la época de la pelusa seminal, adorable, volando por todas partes y por todas partes entrando y flotando, escapando de sus ramillas con cápsulas. Tiempos de fastuosa nevada vegetal.
El tronco de estos chopos, punteados, con señales de anillos en horizontal y rastros de escurrimientos en vertical, es como una lengua que, interpretada, habla de la vida entera del chopo. Una escritura en renglones atravesada por los trazos de algo que escurrió -agua, quizá, de alguna lluvia que ahí quedo inscrita-.
Los puntos son agujerillos por donde quisieron salir pequeñas ramas con hojas, y que atravesaron la fina piel clara de la corteza, casi un papel. Ramas que algún jardinero podó, o simplemente, cayeron sin fuerza para sobrevivir.
Hay agujeros grandes donde se asientan musgos o líquenes microscópicos, que de verdes pasan al gris tras mucho tiempo. Y hongos grandes viviendo en las horcajaduras.
Hay también heridas, una inscripción de mano humana que empieza por A y que creció como cicatriz según creció el árbol y engrosó el tronco.
Pero también hay pájaros columpiándose en las últimas ramas, palomas torcaces balanceándose, gorriones jugando de rama en rama, urracas acechando. Y patos que marcan el cielo. Y hormigas, también hormigas, atravesando tenaces el tronco en hilera.
Gracias, Fernando, que de la piel del chopo recreaste su vida
y construiste una casa en la que amar.
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