He publicado esta fotografía sin ningún texto y así la he dejado durante unos días, descanzando.
Tomé la foto de la escalera de mi casa desde el descansillo donde acaban las viviendas y al que solo solemos acceder mis vecinos de enfrente y yo, con los cuales la relación es tal que este lugar ya es casa, lugar común de encuentro.
Solo queda abrir la puerta y entrar: aún más casa y refugio tras lavarse las manos. Ya estoy a salvo, supongo. Y en mi intimidad.
Pero esta fotografía no es tranquilizadora, tiene para mí mucho de inquietante, por vertiginosa, pese a las aberturas de luz, como tantas fotografías de escaleras, especialmente reflejadas en el cine, de las que obviamente, he tomado nota.
La ambigüedad de las imágenes, o mejor dicho, su ambivalencia me son gratas. Y la distorsión en este caso entre lo que quería expresar -la seguridad de la casa, de todo el edificio y aún más de mi casa tras su puerta- y lo que la imagen que finalmente obtuve me dice -inquietud-, me es aún más grata.
Aún hay muchas grietas entre nuestros deseos y proyecciones, la realidad y lo que captamos con las imágenes, por fortuna.
Porque yo no sé lo que me he traído a casa. Pero bajo la superficie de la vida cotidiana, late seguro segura la inquietud.
Hace un par de días otra vecina me ha contado cómo durante el confinamiento limpió toda la barandilla de la escalera, de este piso al bajo. No lo sabía. Se lo agradezco mucho.
Esta brutal a pesar de su sencillez.
ResponderEliminarEsta interesante, a pesar de su sencillez.
ResponderEliminarGracias, Karen, por tus comentarios. Un cordial saludo
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