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(atadijos sin fraude) -equilibrios inefables-

martes, 22 de septiembre de 2009

"El desierto, la arena"

 

La arena


¿Dónde estaba la vida cuando estuvo
aquí, sobre la arena?
¿Dónde quedó su rastro? ¿Dónde puso
aquella vida antigua su consuelo?

La vida estuvo aquí porque lo dicen
viejos mapas y fotos escondidas.
Sus huellas se perdieron paso a paso:
quedaron sepultadas, fueron humo.

Hubo vida una vez en este sitio
que ahora vive vacío. Sólo hay
viento inestable, y nubes, y paciencia.

Y un mundo que miró cómo morían
el aliento y el humo sin que nadie
estorbara el trabajo de la muerte.                                                             








El  vacío

Cuando llega el dolor, lo ocupa todo
y no hay espacio libre para nada: 
todos los sitios son el mismo sitio,
el sitio aquel donde empezó el vacío.

Cuando viene el dolor, todo se vuelve
espeso, pierde fuerza, y la mañana
se desvanece inútil como el humo
de una hoguera sin nombre que se agota.

Una palaba solo te hace sangre,
cualquier ruido te inquieta, y un destello
pudiera ser el último destello.

Todo se vuelve turbio si el dolor
se asoma y te destierra, pues la vida
no fluye limpia cuando duele el mundo.





 Herida duradera

Las heridas del alma son heridas
que nunca cicatrizan: con el tiempo
se convierten en llagas, y supuran,
te escuecen, te delatan. Y la sangre
se vuelve duradera, tan incómoda
que todo lo complica con sus manchas.

Las heridas del alma son heridas
cuya sangre se ha vuelto una costumbre:
la costumbre final, inoportuna,
de un trabajo que nunca se termina.


José Carlos Rosales
El desierto, la arena 
(2006)


Y el corazón descansa,
y el pensamiento sigue.




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