Exteriormente, el edificio cerrado no dejaba ver ni el esplendor que aún mostraba, ni su deterioro, ni la profusión enloquecida de vegetación sobre vegetación muerta, confundida en el bosque de vigas caídas.
A través de un boquete en una puerta se contemplaba su estado.
Siempre la techumbre es la que abate definitivamente el edificio, pero la ruina se va infiltrando a través de todo él, lenta pero persistente. Hace falta tiempo en el olvido y abandono.
Y lo que más me fascina siempre es ver el enorme agujero de luz donde antes hubo bóveda, quizá oscura, quiza tenuemente iluminada. La sorpresa del exterior del cielo cerrando el interior, la de la vegetación tomando el interior.
Y nos recuerda que todo lo nuestro es vanidad comparado con la naturaleza.
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