Con las semillas volátiles que me recolectaron los diletantes al final de la primavera, que tanto me gustan, hemos hecho dos móviles para colgar del techo, para que proyecten sus sombras tan tenues en mis paredes, dependiendo de donde venga la luz, para que se muevan suavemente, para que transparenten las delicadas membranas atravesadas de nervios dorados.
Aquí están amontonados y hechos un lío, antes de colgarlos.
Guardados para evitar que vuelen
Los móviles son tan etéreos que apenas se ven: se advierte su presencia al pasar. Al final de cada uno hemos puesto un cascabel, pero por ahora no suenan.
Nos hubiera gustado hacer más, pero ya no nos quedan suficientes semillas. La próxima primavera habrá otra recolección.
Me interesan las obras que son apenas, y también las que tienen muy poco visibilidad.
Sujetadas al viento.
ResponderEliminar... bravo Casilda,
ResponderEliminarque bien que nos enseñes, aunque sólo sea una parte, el esplendor de los campos (yo sería incapaz de verlo aún viviendo en una cabaña)