unas palabritas
Hay más belleza en Atlántida que en toda Florencia, por ejemplo. No sólo por el misterio, sino por la fugacidad. Observar lo perenne, tocar lo que millones de ojos antes tocaron, que aun con la mirada nueva de niño fue sentida tantas veces antes, ¿qué olor renacido te puede aportar?
La debilidad en las obritas de Casilda, la fecha de caducidad las hace grandes, llamativas e imprescindibles; te hace sentir protagonista, cómplice afortunado de estar en el momento preciso a la hora adecuada. Y luego, el miedo a que tu curiosidad rompa el abrigo de las exiguas ramas,
a que tu exclamación de sorpresa haga volar los papelillos de fumar
que cual crisálidas tornáronse pétalos,
las fibras vivas que unen las hojas
que se salvaron por las manos delicadas
de su destino a crujir bajo las suelas de un zapato.
Volver a la niñez en el fino hilo de plastilina,
argamasa de anhelos imposibles; regresar incluso al no ser, a la partícula,
al polvo, al semen hambriento del chopo
y sentir el calor de un nido, contenedor o placenta.
Casilda ofrece, en la poesía con que miran sus ojos traslúcidos, el líquido amniótico,
tan vital como inservible tras el nacimiento, ese soplo final que derruirá sus obras. Inmortales en su fin volátil abocado a desaparecer.
Jorge M. Molinero
Gracias, Jorge
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