Tapar el rostro con velos y otros tejidos ha sido muy frecuente hasta no hace mucho en nuestra cultura. Pervive en los tocados ceremoniales -bodas en general, alguna ceremonia fúnebre de alcurnia y otros actos de tronío-, con la tendencia a no tapar el rostro, sino los ojos, como mucho, siempre permitiendo la visión.
Fue utilizado en otras épocas para viajar, por hombres y mujeres, y guarda relación con los antifaces y las máscaras.
Y continúa sin ser percibido como tal en el uso de pasamontañas y bragas de cuello subidas hasta los ojos en el ámbito urbano, fuera de lugar salvo a muy bajas temperaturas.
Se ha vuelto cotidiano con nuestras mascarillas y la necesidad de cubrir la parte en peligro de nuestro rostro: fosas nasales y boca.
Pero también las gafas de sol nos tapan, preservan nuestra mirada y gran parte de nuestra expresión: la dejan en nuestra intimidad a salvo de curiosidades.
Este es un tema que me interesa por el mantenimiento del incógnito o de la intimidad de la expresión personal, con el descanso que conlleva a veces,.También y a la vez por la posible "despersonalización" de los individuos. Y por las aristas y aspectos que surgen de ambas situaciones y lo que pueden revelar.
Saltan chispas si extrapolamos esta situación a la de otras culturas, mirándolo con nuestros miopes ojos colonialistas -lo queramos ver y reconocer o no-, con esta manera de no razonar y menos dialogar actual, en la que solo hay blanco y negro, conmigo o contra mí, sin matices ni discurso intermedio, sino falaces "el discurso", en los que no se discurre nada ni por ningún sitio, sino que cada mindungui se aferra a cuatro tópicos "creados" por los "creativos" de sus empresas "hasesoras" de marquetin, su periódico, partido político, grupúsculo o agrupación ceporra, que repite sin parar y enarbola como bandera para asestar golpes al "otro" en su habitual competición por ver quién la tiene más larga, sean mujeres u hombres, de todo signo y cultura e incultura.
Dedicado con cariño a todos ellos, que nos haen el mundo tan poco grato
Me ha recordado mi infancia cuando las mujeres, incluso las niñas utilizaban una mantilla o velo para cubrirse la cabeza (y a veces los hombros) para ir a misa.
ResponderEliminarEse fue, Xavier, desde mi punto de vista el útimo uso socio-religioso generalizado, que ha pervivido más tiempo entre aquellas mujeres que se hicieron mayores y añosas en los núcleos rurales pequeños. O lo que es lo mismo, nuestras abuelas en los pueblos lo han seguido utilizando para ir a misa utilizando hasta casi ahora.
EliminarEl que yo he hecho, de color claro, no tiene nada de religioso, aclaro por si acaso.
Gracias por tus recuerdos, Xavier. Un abrazo
Me gusta que destape lo que ahora llevamos tapado y que las palabras fluyan. A veces, tantas, hay una contradicción entre las palabras y los ojos...
ResponderEliminarBesos, Casilda.
Gracias por tu comentario, Pedro. Si no me desvía antes otra cosa, estoy haciendo una mascarilla bordada en tul, para ese velo y capucha, que taparía también la boca emisora. Todo tapado y encerradito y quien lo vista, casi aislado, sin regalar al mundo más contradicciones entre palabras y miradas, ni tener que soportarlas, como apuntas. El tema de la doblez, la mentira, la hipocresía y la manipulación, y cómo soportarla y defenderse ante ese ambiente. Un abrazo
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