En el Entierro del Conde de Orgaz, de la Iglesia de Santo Tomé de Toledo, nos encanta a los diletantes la fila de cabecitas (vistas desde lejos, que es como puede verse esta obra):
Son una estupenda galería de retratos masculinos, todos enmarcados por sus golas o golillas blancas -salvo los dos frailes de la izquierda y los eclesiásticos- de los que sólo sé que el niño de la izquierda es el hijo del Greco, y Doménikos es el señor que mira fijamente al frente, al observador de la pintura, con un sonrosado en las mejillas.
Y las manos revoloteantes con sus puños y puñetas de encaje también blanco...
Pero el caballero que más nos gusta es este de aquí, que mira al cielo con los ojos casi en blanco, algo cegados por lágrimas -quizá- bajo esas enormes órbitas huesudas, tan huesudas como sus pómulos y su afilado rostro.
Y es que nos encanta este señor tan distinguido y comedido. Y qué bien está pintado, caramba, que da la impresión de que la gola, en especial en la parte derecha, está hecha con unas pocas inteligentes pinceladas.
A mi el Greco siempre me ha suscitado como una sensación de "encantamiento", ante esos rostros austeros con aire entre místicos y abatidos, como si la vida se les fuera a desprendiera en cualquier momento.
ResponderEliminar¡Saludos!
Pues sí, "encantamiento" es la palabra adecuada, ahora que no creemos en milagros de ningún tipo.
ResponderEliminarY también tienes razón, expresada de una forma muy hermosa, "como si la vida se les fuera a desprender en cualquier momento". De hecho muchas de sus imágenes se desvanecen en el fondo de la pintura o en sus partes.